Desde hace miles de años, los humanos han escuchado relatos de viajeros o leyendas que afirman haber visto extraños monstruos marinos. Criaturas mitológicas que habitarían en las profundidades de los océanos y que la ciencia todavía desconoce.
No debemos olvidar que más del 60 % de la superficie de nuestro Planeta Tierra está cubierta por agua. Es por ello que difícilmente pueda sorprendernos leer o escuchar relatos de la existencia de monstruos marinos desde la más remota antigüedad.
[the_ad id=»5010″]Incluso en nuestros días, los biólogos marinos, llevan mucho tiempo estudiando las profundidades de los océanos, están dispuestos a aceptar con cierta prudencia que los numerosos informes de observaciones de monstruos marinos parecen probar que muchas criaturas, por ahora desconocidas y no clasificadas, pululan en lo más oscuro y oculto de las aguas.
Monstruos marinos en la Biblia
La bíblica bestia del mal, el Leviatán, también llamada “la serpiente enroscada” o “el dragón que vive en el mar”, es mencionada hasta cinco veces en el Antiguo Testamento y en todas las mitologías se hace mención a gigantescas serpientes marinas.
Genesis 1: 21:
“Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo ser viviente que se mueve, de los cuales están llenas las aguas según su género, y toda ave según su género. Y vió Dios que era bueno.”
Salmo 74:13 Dividiste el mar con tu poder; quebrantaste cabezas de monstruos en las aguas. (RV).
El monstruo marino mencionado por nombre es el Leviatán (Job 3:8; 41:1, Salmos 74:14; 104:26; Isaías 27:1).
El leviatán, se encuentra en las profundidades de las aguas oceánicas. El relato de Isaías destaca que cuando venga el Juicio de Dios castigará a dos leviatanes en forma de serpientes.
En el libro extra bíblico rabínico, El Talmud, Avoda Zara 3b: «Rav Yehuda dice, hay doce horas en un día. En las primeras tres horas Dios se sienta y aprende el Torá, las segundas tres horas él se sienta y juzga el mundo. Las terceras tres horas Dios alimenta al mundo entero… el cuarto período de tres horas Dios juega con el Leviatán…”
Historias de serpientes marinas
Los eclesiásticos escandinavos recopilaron muchos informes sobre monstruos marinos. El arzobispo Olaf Mansson, más conocido como Olaus Magnus, publicó en el año 1555 una historia de las tierras del Norte que contiene informes sobre serpientes marinas.
Entre varios de sus escritos describe una bestia marina de 60 m de longitud y 6 m de grosor que era capaz de comer terneros, cerdos y corderos, y que incluso era capaz de arrebatar a los hombres de la cubierta de los barcos.
El arzobispo además agrega gran cantidad de detalles sobre la criatura. Explica que la serpiente marina es de color negro, que en su cuello presenta una importante melena, que sus ojos son resplandecientes y que «yergue la cabeza como una columna».
Doscientos años después, en julio de 1734, un misionero noruego, Hans Egede, informó la aparición de un monstruo marino en la costa de Groenlandia. Según sus relatos el cuerpo de la bestia era tan gruesa como el de un barco y tres o cuatro veces más largo, además mencionó que el monstruo surgía de las aguas como una gran montaña, para luego volver a sumergirse.
Otro escritor del siglo XVIII que investigó el misterio de las serpientes marinas fue el obispo de Bergen, Erik Pontoppidan. Tras una minuciosa investigación, comprobó que era raro el año en que no se hubiera visto alguna criatura en las costas escandinavas, publicando el informe de su descubrimiento en el año 1752.
Un año antes, el obispo había hecho leer ante el tribunal de justicia de Bergen una carta del capitán Lorenz von Ferry en la que se describía con todo lujo de detalles una serpiente marina que él y su tripulación habían visto mientras se dirigían a tierra en un bote de remos, en la localidad de Molde (Noruega) en 1746.
Ferry describía de esta manera a la serpiente: “tenía una cabeza gris semejante a la de un caballo, grandes ojos negros, boca negra y larga melena blanca. Detrás de la cabeza del monstruo, pudieron apreciar hasta siete u ocho promontorios que salían del agua, y el cuerpo de la bestia se retorcía formando espirales.”
Cuando el capitán Van Ferry ordenó hacer fuego contra la serpiente, ésta se sumergió en el agua y nunca más volvió a aparecer.
Entrados en el siglo XVIII, la crítica racionalista comenzó a juzgar cada vez con más crudeza los relatos de los marineros. Es así que el análisis científico determinó que los informes de los marineros que habían divisado aquellas bestias marinas fueron considerados exagerados y ridículos.
Un científico noruego, Peter Ascanius, afirmó que la hilera de jorobas que habían visto los marineros no pertenecía a ningún tipo de monstruo marino, sino a una numerosa comitiva de delfines haciendo cabriolas.
Esta explicación tan endeble se convirtió desde entonces en el recurso favorito de quienes pretendían desacreditar los testimonios sobre la existencia de monstruos marinos.
No deja de resultar sorprendente que los naturalistas se tomaran la molestia de estudiar detenidamente los informes y se pronunciaran por la existencia de la serpiente marina.
Entre otros podemos citar a sir Joseph Banks, eminente científico británico que dio la vuelta al mundo con el capitán Cook, y a Thomas Huxley, quien en 1893 escribió que no había razón alguna para dudar de que en el fondo del mar existiesen reptiles serpentiformes de 15 metros de largo.
Los biólogos marinos americanos con mayor reputación de la época convinieron en que en la profundidad de los mares, aún inexploradas, podían existir especies de criaturas monstruosas, y uno de los conservadores del London Zoological Garden, A. D. Bartlett, afirmó en 1877 que consideraba una barbaridad no hacer caso de una evidencia que procedía de fuentes tan diversas.
Bestias Marinas en America
Constantin Samuel Rafines fue un brillante y polémico naturalista que contribuyó de forma importantísima al conocimiento de la flora y de la fauna americanas. Nacido en Europa en 1783, en 1815 emigró a Estados Unidos, donde fue profesor de ciencias naturales en la Universidad de Transylvania, en Kentucky.
La serpiente marina, de cuya existencia estaba firmemente convencido, formaba parte del vasto campo de sus intereses.
Durante la primera mitad del siglo XIX se registraron numerosas observaciones de serpientes marinas a lo largo de la costa nororiental de América. La zona donde abundaron más los testimonios fue en torno al puerto pesquero de Gloucester, en Massachusetts.
Rafines examinó los informes y decidió dividirlos en cuatro grupos, denominando a las bestias Megophias, es decir, «serpientes gigantescas».
Pero la aceptación de estas bestias marinas seguía encontrando una fuerte oposición entre los científicos. Uno de los más recalcitrantes era sir Richard Owen, sabio prestigioso, aunque de mentalidad muy conservadora, a quien Darwin había considerado «uno de mis principales enemigos».
En 1848 Owen sostuvo un intercambio de tono elevado en las columnas de The Times, con el capitán Peter M’Quhae. El debate giraba en torno a una serpiente marina de 18 m que el capitán y su tripulación afirmaban haber visto en aguas del Atlántico Sur, desde la cubierta del Daedalus, el 6 de agosto de aquel mismo año.
Owen echó mano de la acostumbrada estrategia de los escépticos, que consistía en interpretar los informes de manera que se ajustasen a las propias preconcepciones (la identificación que dio era un león marino), el capitán M’Quhae se mantuvo firme en su convicción de que lo que había visto era una serpiente marina.
En mayo de 1901, los oficiales del vapor Grangénse, que navegaba por el Atlántico occidental, vieron desde el puente una criatura monstruosa semejante a un cocodrilo, con dientes de 15 cm, el capitán se negó a tomar nota del hecho en el diario de a bordo, objetando: “Van a decir que estábamos borrachos; y les agradeceré señores, que se abstengan de mencionar lo ocurrido a nuestros agentes de Pará y Manaus.”
Pero no todos estaban preocupados en cuidar su reputación, el teniente de navío George Sandford, como capitán del navío mercante Lady Combermere, en 1820 informó haber visto en aguas del Atlántico una serpiente de 18 a 30 m de longitud que arrojaba un chorro de agua como una ballena.
El 15 de mayo de 1833, cuatro oficiales del ejército británico y un intendente militar, que habían salido de pesca, vieron una serpiente de unos 24 m de longitud que nadaba por el mar a no más de 180 m de donde ellos estaban. La aparición se produjo en Mahone Bay, a unos 65 km al oeste de Halifax, en Nueva Escocia.
Los testigos quedaron tan fascinados y convencidos de la importancia de lo que habían visto en el mar que firmaron toda una declaración escrita:
“No hubo posibilidad alguna de error, ninguna ilusión, y estamos muy satisfechos de haber tenido el privilegio de ver la «auténtica y genuina serpiente marina, que siempre ha sido considerada como producto de la imaginación de algunos capitanes de barcos yanquis”.
Otra aparición de un monstruo marino semejante a un cocodrilo tuvo por testigo al capitán y a la tripulación del Eagle el 23 de marzo de 1830, pocas horas antes de que el barco atracara en Charleston, Carolina del Sur.
El capitán Deland acercó su goleta a menos de 22 m de la bestia y le disparó con un mosquete a la cabeza. Alcanzado por el proyectil, el monstruo se sumergió debajo del navío y lo golpeó repetidas veces con la cola, provocando serios desperfectos en el casco.
Otro de los militares que vio de cerca un monstruo marino de las profundidades fue el mayor H. W. J. Senior, de los Bengal Staff Corps. El 28 de enero de 1879, viajando en el City of Baltimore por aguas del golfo de Adén,
pudo ver, a una distancia de 450 m del barco, una cabeza semejante a la de un bulldog, con un cuello de unos 60 cm de diámetro, que salía del agua hasta alcanzar una altura de seis a nueve metros.
La criatura se movía con tal rapidez que le resultó imposible seguirla con los prismáticos. Su relato fue corroborado también por otros testigos.
Reflexión final
Ha pasado más de un siglo de estos relatos y los monstruos marinos continuaron emergiendo de las profundidades del mar.
Mucho más cerca de nuestro tiempo, encontramos el relato del capitán John Ridgway, que cruzaba el Atlántico en un bote de remos. John vio un monstruo pocos minutos antes de la medianoche del 25 de julio de 1966.
Su compañero, el sargento Chay Blyth, que más tarde se convertiría en un balandrista de fama mundial, estaba profundamente dormido. Mientras remaba, Ridgway oyó un ruido parecido a un silbido y de pronto, vio una serpiente de unos 10 m de longitud, con su cuerpo fosforescente
Blyth declaró: “era como si de su cuerpo colgara una hilera de luces de neón, que se acercaba a toda velocidad, se sumergía debajo del bote y no volvía a aparecer.”
Los monstruos marinos han ocupado siempre un lugar importante en los relatos de los marineros. Algunos informes, sin duda parecen exagerados, pero muchos otros, que consiguieron figurar en los diarios de a bordo, resultan curiosamente consistentes.